viernes, 2 de enero de 2009
Desde que nació mi hijo he ido alejándome progresivamente de la medicina tradicional. Ha sido un impulso desencadenado por la cantidad de información que he consumido en estos meses.
Nunca había cuestionado los consejos médicos a pesar de que ahora creo que muchos de ellos no fueron adecuados, simplemente no se me ocurrió plantearme su validez. Tampoco he necesitado nunca ir demasiado al médico, siempre me he encontrado bastante sana y no he tenido la necesidad. Pero cuando una vida depende de tus decisiones comienzas a cuestionarte absolutamente todo. Después de muchos meses de "dudas" saco en claro una cuestión:
Muchos de los médicos que ocupan las consultas son expertos en mitigar síntomas de enfermedades, raramente son capaces de curarlas, sobre todo si se refieren a una esfera psico-física y casi nunca buscan el origen fuera del azar. Se convierten a mi modo de ver en profesionales de la enfermedad, no de la salud. Expertos en diagnosticar, poner nombre inteligibles y recetar pastillas como churros, más preocupados por eliminar el síntoma de forma inmediata que de las consecuencias futuras de sus prescripciones.
El consumo masivo de fármacos es parte de su vida, los recomiendan sin resquicios y los consumen de igual forma. Lo importante es no tener contacto con el dolor. Para que sufrir si puede evitarse.
Todo esto me hace pensar... No sería más importante ir al origen del malestar. No sería más importante promocionar la salud desde el nacimiento (o incluso antes) y evitar que nuestros sistemas inmunes se sientan inútiles. Seguimos sin confiar en la naturaleza... No la dejamos expresarse.
Se medicalizan los partos para desconectarnos del dolor, se interfiere en la lactancia materna por la comodidad de la madre y el bebe, se recetan multitud de fármacos para que la fiebre y los mocos no interfieran en el vertiginoso ritmo de vida de padres que trabajan muchas horas.
Sin duda hay profesionales maravillosos que se ocupan y preocupan por aprender todos los días y tratan de escuchar a sus pacientes, preguntándoles por como se sienten y no por lo que les sucede. La cuestión es, por que es tan difícil encontrarlos.
Muchos de los médicos que ocupan las consultas son expertos en mitigar síntomas de enfermedades, raramente son capaces de curarlas, sobre todo si se refieren a una esfera psico-física y casi nunca buscan el origen fuera del azar. Se convierten a mi modo de ver en profesionales de la enfermedad, no de la salud. Expertos en diagnosticar, poner nombre inteligibles y recetar pastillas como churros, más preocupados por eliminar el síntoma de forma inmediata que de las consecuencias futuras de sus prescripciones.
El consumo masivo de fármacos es parte de su vida, los recomiendan sin resquicios y los consumen de igual forma. Lo importante es no tener contacto con el dolor. Para que sufrir si puede evitarse.
Todo esto me hace pensar... No sería más importante ir al origen del malestar. No sería más importante promocionar la salud desde el nacimiento (o incluso antes) y evitar que nuestros sistemas inmunes se sientan inútiles. Seguimos sin confiar en la naturaleza... No la dejamos expresarse.
Se medicalizan los partos para desconectarnos del dolor, se interfiere en la lactancia materna por la comodidad de la madre y el bebe, se recetan multitud de fármacos para que la fiebre y los mocos no interfieran en el vertiginoso ritmo de vida de padres que trabajan muchas horas.
Sin duda hay profesionales maravillosos que se ocupan y preocupan por aprender todos los días y tratan de escuchar a sus pacientes, preguntándoles por como se sienten y no por lo que les sucede. La cuestión es, por que es tan difícil encontrarlos.
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